Tu abuela ha perdido la cabeza -me dijo aquel día mi tía Fatma, cuando volví de la escuela. A la vez que se ponía las sandalias, sacudió mi cojín y me acercó el plato. Luego salió. Daba unos pasos tan rápidos, que la arena que levantaba del desierto empezó a flotar en mi sopa y a pegarse entre mis
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